Se abre la pantalla. Planos aéreos de un desierto. Allá abajo, diminuto, un hombre camina sin rumbo. El vacío que le rodea es tan profundo como el de su interior. Notas de guitarra slide. Ry Cooder. Entramos en territorio París, Texas.
Wim Wenders consigue fundir con maestría su particular manera de hacer cine llamémosla distante, cerebral, "germánica", con una estética muy norteamericana, utilizando una vez más la estructura del viaje, una road movie a través de carreteras interminables, punto de inicio de un itinerario de búsqueda y reconstrucción de una vida, la del perdido Travis. Su hermano le recoge y le acoge en su casa. Travis, en los primeros momentos, no habla, no expresa sentimientos, se encuentra en estado de shock. Poco a poco va emergiendo de la nada a la comunicación, con ayuda de los espacios que transita, las relaciones familiares recuperadas (volver a ver a su hijo tras cuatro años). La memoria se recompone. La amnesia emocional va dejando paso al reconocimiento, la ruptura traumática con una mujer y una familia como origen de todo. Una fotografía de un trozo de tierra desértica en París, Texas hace reaccionar a Travis y es el motor de su búsqueda en pos de su turbulento pasado.
Todo ello aderezado con la mirada reflexiva de Wenders tomandose su tiempo en cada plano, con la solar fotografía de Robby Müller retratando unos paisajes que ya forman parte de la iconografía cinematográfica, y finalmente el lánguido acompañamiento desde la banda sonora de la slide guitar de Ry Cooder, marca de fábrica ya para siempre, unida como una segunda piel a las imágenes mágicas de París, Texas.
Wenders esquiva el sentimentalismo y la emoción surge de la progresión dramática que crea el director alemán y que en la parte final de la película alcanza cotas de cine mayúsculo. Desde el desierto inicial, perdido y sin dirección, Travis desemboca en la cabina de un peep-show en la que trabaja la mujer que perdió (extraordinaria Natassja Kinski). Allí sucede el reencuentro ante un cristal unidireccional, el monólogo de Travis a través del teléfono que comunica con el otro lado del cristal desde el que ella mira sin verle... Cada palabra, cada gesto, cada encuadre, la lágrima de Natassja Kinski con el reflejo de Travis al fondo en un larguísimo plano, destilan una emoción sincera y dolorosa.
Magnífico climax emocional que supone para Travis una especie de recuperación del pasado y de redención ante sus seres queridos. En los planos finales Travis vuelve al camino, retorna al corazón de París, Texas ... pero ya es otra persona.
1 comentario:
Eloy,
excelente entrada.Me has hecho reparar en detalles que yo he obviado en mi post,como el trozo de fotografía de esa parcela en París-Texas,estímulo que le empuja a la búsqueda de su pasado.También es cierto que no se cae en ningún momento en el sentamentalismo,las emociones por el contrario y no sólo en el personaje Travis,aparecen como contenidas.Esto pienso las dota de mayor relieve.
Saludos!
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