lunes, 20 de abril de 2009

Nadie sabe (Hirozaku Kore-eda, 2004)








Nadie puede seguir indiferente ante lo que nos narra, y cómo lo narra, Hirozaki Kore-eda en Nadie sabe, un director muy poco conocido en España debido a las inescrutables leyes de la distribución cinematográfica, pero que ha obtenido premios en diversos festivales internacionales.

Tomando como base un hecho real, la película relata el día a día de cuatro niños, nacidos de padres diferentes, sin escolarizar y sin existencia legal a los que su madre deja abandonados en casa al cuidado del hermano mayor. La mirada del director japonés es respetuosa y cercana sobre el mundo de la infancia, y se toma su tiempo para realizar un retrato del desamparo infantil en el que no cabe la denuncia social ni el sentimentalismo.
Kore-eda es un cineasta curtido en el documental y eso se nota en los fotogramas de Nadie sabe. La película respeta en todo momento el punto de vista de sus pequeños protagonistas, dos niñas y dos niños, desorientados y vulnerables ante el progresivo deterioro de sus condiciones de vida provocado por la ausencia materna: sin dinero, les cortan la electricidad, el agua y el gas. La pequeña vivienda se convierte poco a poco en un basurero. Sin cuidados higiénicos, se convierten en vagabundos. Con el tiempo, los momentos alegres sin la autoridad de la madre, sin ir al colegio, van desapareciendo y son sustituidos por largos silencios que evidencian la perplejidad ante una situación que les supera. El film de Kore-eda rehuye cualquier tentación moralista centrándose en una exploración de la infancia en estado puro en un universo sin adultos. El realizador japonés filma la existencia cotidiana de los cuatro hermanos con una transparencia poética y una ternura hacia sus criaturas que hace recordar a Ozu, utilizando recursos como largos planos fijos, la estética de los lugares vacíos y el gusto por el detalle. No enfatiza el drama de la situación sino que ahonda en el peculiar universo de la infancia: su inocente mirada, su tierna ingenuidad, su amor incondicional. Todo ello narrado con una gran sensibilidad, con maneras pausadas y una cámara pendiente de cada mirada, cada gesto, posándose en los objetos cotidianos y cargándolos de connotación (un piano de juguete, la laca de uñas, unas sandalias que hacen ruido).
Akira, Kyoko, Shigeru y Yoki deben enfrentarse al progresivo deterioro físico y psicológico que provoca el abandono, a la indigencia y a la soledad, al temor de ser descubiertos por los servicios sociales, y separados. Son niños que no pueden permitirse el lujo de llorar porque no existen.

2 comentarios:

Lobo Rojo dijo...

Las leyes de la distribución no son inescrutables, más bien al contrario: las películas que se cree que harán más pasta son las que se distribuyen hasta en la Conchinchina; así de simple.radscro

LU dijo...

Después de verla, rondaban por mi cabeza las imágenes de esos niños y no me las quitaba de encima. Creo que fue una de las películas que más me impactó.

Acabo de descubrir tu blog, atraída por LEOLO, y veo cosas muy interesantes.

Un saludo