sábado, 26 de diciembre de 2009
Ojos negros.
¡¡¡Sabachka!!!
gritó Marcello enamorado
cabalgando un carromato que cruzaba
la frondosa estepa rusa.
Buscaba una quimera, un azar, un desencanto,
algo tan espúreo, tan ufano
como una fábrica de cristal en la profunda Rusia.
Chejov movió una ceja
y eclipsó la primavera prusiana
de aquel mítico balneario
en el que la dama blanca,
azorada hasta los huesos,
conoció la alegría soberbia -entre Fellini y Visconti-
de las carreras de sillas,
el chocolate caliente de los sábados soleados
y el enérgico calor de las turgentes piscinas
bañadas de nenúfares y aromas.
Pero el tiempo,
enemigo de lo nuestro, y de lo suyo,
les equivocó el paso.
La dama del perrito
abandonó el blanco impoluto
y dedicó el resto de sus vidas
a la apática reunión de los domingos.
Marcello, el indeciso consorte,
regresó al redil de los oscuros
burgueses de misa diaria y atril
para las buenas obras.
Todos los caminos les devolvieron sus huellas
y don Anton (Chejov) -tan demiurgo-
iluminó sus aburridas vidas con el candil de un recuerdo.
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2 comentarios:
una pel.lícula ha reivindicar!!!!! amb un meravellos Marcello!!!
Precioso. Ese recuerdo al que se aferra para que su vida parezca de colores, pintada de emociones y afectos.
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