viernes, 4 de marzo de 2011

Punch-Drunk Love (Paul Thomas Anderson, 2002).

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¿Cómo continuar una carrera tras 2 películas tan grandes, en todos los aspectos, como Boogie Nights (1997) y Magnolia (1999), dos de las más importantes obras cinematográficas de finales del siglo pasado?. Paul Thomas Anderson se sale por la tangente y estrena en 2002 Punch-Drunk Love, una película a escala más modesta en la que abandona el relato coral y caleidoscópico y se desmarca con una insólita comedia romántica marciana, un híbrido genérico en el que el director norteamericano demuestra que es capaz de arriesgarse y tener la libertad de rodar lo que le da la gana y como le da la gana. En sus imágenes flota una extraña armonía siempre a punto de estallar y romperse en mil pedazos. Tiene la virtud de desconcertar al espectador y sorprenderle con la inventiva que demuestra Anderson en este inteligente juguete cinematográfico que es Punch-Drunk Love.
Desde la primera escena, que marca el tono de la película y nos sacude con su toque extraño y absurdo a lo David Lynch, -el coche que derrapa y da varias vueltas de campana, y el harmonio que aparece en la acera frente a la nave industrial en la que trabaja el protagonista, tras lo cual una mujer aparece y le pide que custodie su coche hasta que abran en el garaje contiguo- el virtuosismo característico de Anderson está presente, con una planificación muy atenta a los espacios, en los que Adam Sandler se mueve como si fuera la proyección de un Jacques Tati trasladado a los últimos momentos del siglo XX.

Punch-Drunk love nos habla de cómo el amor hace fuertes a las personas para poder afrontar sus pequeñas o grandes miserias y así poder integrarse y conectar con el mundo en el que viven. Barry Egan, embutido todo el metraje en su traje azul eléctrico con corbata roja, es un tipo solitario e inhibido. Una persona con una baja autoestima y problemas para comunicarse con los demás que descarga su frustración con repentinos ataques de ira o con un llanto incontrolado. Dos temas, la soledad y el dolor, recurrentes en la filmografía de Paul Thomas Anderson. A ese hombre apocado, agobiado por sus siete hermanas castradoras, que vive una existencia anónima y gris, se le aparece un día en su vida un ángel en forma de mujer, Lena, que sacude con fuerza su rutina y le da energía para reaccionar frente a todas las trampas de las que se siente prisionero: las de su propia familia y las de una intriga mafiosa en la que se ve envuelto como víctima propicia.. Gracias a su relación con ella, Barry comenzará a sentirse digno, a reforzar su identidad frente al mundo (hermosa la escena en la que baila, torpe, en el supermercado como expresión de su felicidad), porque ahora ama inmensamente, y eso le hace fuerte y capaz de vencer a cualquiera.

Barry, un personaje permanentemente al borde del abismo emocional, se sostiene gracias a un Adam Sandler -insoportable actor en tantas malísimas películas- desconocidamente sobrio, que aporta gran cantidad de matices a su papel en una maggnífica actuación en la que nos dice más sobre el personaje con lo físico que con lo verbal. De Lena, interpretado por una dulce y luminosa Emily Watson, apenas sabemos nada, es el contrapunto, la aparición que pondrá patas arriba la rutinaria existencia de Barry.
No pasan desapercibidos en el visionado de Punch-Drunk Love dos aspectos técnicos: la música y la fotografía. La música de Jon Brion es extraña, disonante, estridente a ratos, nada melódica, como expresión distorsionada de las emociones de Barry. La excelente fotografía de Robert Elswitt, utilizando colores saturados, aporta al conjunto un aire de extrañeza que roza con lo fantático y que contribuye a realzar lo que de desconcertante comedia romántica tiene Punch-Drunk Love.

2 comentarios:

Bruno dijo...

Maravillosa película que cogió desprevenidos a todo el mundo.

Un reparto inverosímil (¿¿Adam Sandler junto a Emily Watson y Philip Seymour Hoffman??) y sobre todo una extraña historia: un tío apocado y solitario, comprador compulsivo de natillas, se enamora de una chica al tiempo que se ve involucrado en una especie de chantaje con un vendedor de colchones que regenta un teléfono erótico... ¿Quién podría esperar que de ahí saliera una película tan buena?

Una comedia romántica con la que se puede disfrutar.

David dijo...

La obra de P.T. Anderson es una de las más interesantes y dignas de seguimiento del cine actual. Aquí, como bien comentas, nos sorprende con esta pequeña película tan entrañable como divertida.
Me encanta el personaje que compone Sandler, un freakazo esquizoide en toda regla, y también como Emily Watson lo reinserta en la vida.
Tengo muy buenos recuerdos de esta peli.
Un saludo y bonita entrada.