Desde el blog de Xavi Vidal Cinoscar & Rarities rescato esta oportuna reflexión :
El cine no solo cuenta historias: también las vende. Y para atraer al público, parece que todo vale. El póster de una película es muy importante y puede ser crucial a la hora de potenciar un posible éxito o fracaso. Pero hay algo que no suele recordarse: la calificación moral de las cintas. En algunos países, según qué calificación implica una obligación y cierto público, por ley, no puede acceder a ciertas películas. Donde hay moral, hay picaresca y disparidad de opiniones. España está creciendo en el seno del todo vale, y ello se traduce en una escasa atención a la clasificación de los films por edades. Pese a esto, es obvio que se precisa un buen sistema para evitar que algunos niños (también hay niños grandes: estos son los más imprevisibles y peligrosos) vean Agallas (está Hugo Silva, pero la violencia no debería ser apta) o Antichrist (un film de terror, pero no el idóneo para adolescentes calenturientos). ¿Qué sistema es el mejor?
Nuestra sociedad es bastante hipócrita. Nos escandalizamos cuando nos enteramos de un nuevo caso de violencia doméstica (algunos periodistas dicen 'violencia machista', término que encierra un sinfín de prejuicios: ¿y si la mujer maltrata al hombre?), pero no ocurre nada cuando un menor quiere pasar la tarde entre tiros y cuentos macabros. Existe demasiada flexibilidad a la hora de determinar qué deben ver nuestros menores; quienes, no olvidemos, serán nuestros políticos y/o delincuentes del futuro. El cine puede formar, pero, sin racionarlo, y si se carece de criterio propio, puede deformar. Las cosas ya no son lo que eran: Mentiras y gordas es la sensación de los más jóvenes (que tienen la sensación de ver algo prohibido) y películas como Up cada vez tienen más público adulto. ¿El mundo al revés?
Hemos malinterpretado el concepto de 'democracia'. Con dinero, uno puede ver la película que quiera en cualquier cine. Y si se opta por la descarga, las posibilidades de ver un film 'no recomendado' crecen. ¿Cómo implantar lo prohibido en una colectividad que lo quiere todo y al momento? Afortunadamente, la censura solo existe en los libros de historia, pero el camino actual no es el bueno. Los jóvenes se regodean con lo explícito, ignorando que lo que se deja intuir es, al menos en el cine, más potente que lo que se muestra. Estoy convencido de que podemos construir mejores sociedades con El vídeo de Benny que con Scream, con La vida de los otros que con Malditos Bastardos. Los inocentes chistes homófobos de Resacón en Las Vegas o Brüno pueden curtir sobremanera a futuros intolerantes. El real tema no está en racionar ni suprimir, sino en educar. Hay que enseñar a ver cine, aunque parezca una cosa obvia y adquirida per se. No todo es diversión: se necesita reflexión y, sobre todo, informar a las audiencias inexpertas que se puede y debe hablarse y pensar sobre un film. Lástima que los colegios e institutos no incluyan el visionado de películas en sus planes de estudio. Un craso error porque el cine es una herramienta de poder y de futuro, mucho futuro. Y sí: no es cosa de niños...
El cine no solo cuenta historias: también las vende. Y para atraer al público, parece que todo vale. El póster de una película es muy importante y puede ser crucial a la hora de potenciar un posible éxito o fracaso. Pero hay algo que no suele recordarse: la calificación moral de las cintas. En algunos países, según qué calificación implica una obligación y cierto público, por ley, no puede acceder a ciertas películas. Donde hay moral, hay picaresca y disparidad de opiniones. España está creciendo en el seno del todo vale, y ello se traduce en una escasa atención a la clasificación de los films por edades. Pese a esto, es obvio que se precisa un buen sistema para evitar que algunos niños (también hay niños grandes: estos son los más imprevisibles y peligrosos) vean Agallas (está Hugo Silva, pero la violencia no debería ser apta) o Antichrist (un film de terror, pero no el idóneo para adolescentes calenturientos). ¿Qué sistema es el mejor?
Nuestra sociedad es bastante hipócrita. Nos escandalizamos cuando nos enteramos de un nuevo caso de violencia doméstica (algunos periodistas dicen 'violencia machista', término que encierra un sinfín de prejuicios: ¿y si la mujer maltrata al hombre?), pero no ocurre nada cuando un menor quiere pasar la tarde entre tiros y cuentos macabros. Existe demasiada flexibilidad a la hora de determinar qué deben ver nuestros menores; quienes, no olvidemos, serán nuestros políticos y/o delincuentes del futuro. El cine puede formar, pero, sin racionarlo, y si se carece de criterio propio, puede deformar. Las cosas ya no son lo que eran: Mentiras y gordas es la sensación de los más jóvenes (que tienen la sensación de ver algo prohibido) y películas como Up cada vez tienen más público adulto. ¿El mundo al revés?
Hemos malinterpretado el concepto de 'democracia'. Con dinero, uno puede ver la película que quiera en cualquier cine. Y si se opta por la descarga, las posibilidades de ver un film 'no recomendado' crecen. ¿Cómo implantar lo prohibido en una colectividad que lo quiere todo y al momento? Afortunadamente, la censura solo existe en los libros de historia, pero el camino actual no es el bueno. Los jóvenes se regodean con lo explícito, ignorando que lo que se deja intuir es, al menos en el cine, más potente que lo que se muestra. Estoy convencido de que podemos construir mejores sociedades con El vídeo de Benny que con Scream, con La vida de los otros que con Malditos Bastardos. Los inocentes chistes homófobos de Resacón en Las Vegas o Brüno pueden curtir sobremanera a futuros intolerantes. El real tema no está en racionar ni suprimir, sino en educar. Hay que enseñar a ver cine, aunque parezca una cosa obvia y adquirida per se. No todo es diversión: se necesita reflexión y, sobre todo, informar a las audiencias inexpertas que se puede y debe hablarse y pensar sobre un film. Lástima que los colegios e institutos no incluyan el visionado de películas en sus planes de estudio. Un craso error porque el cine es una herramienta de poder y de futuro, mucho futuro. Y sí: no es cosa de niños...
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