sábado, 15 de mayo de 2010

El hombre del tren (Patrice Leconte. 2003)


Una ciudad provinciana, ni muy grande ni muy pequeña. Un andén vacío en la estación. Se para un tren. Un tipo solitario, forastero, de nombre Milan (Johnny Hallyday), con aire de desencanto y una bolsa de viaje en la mano, tan desgastada como su alma, desciende del tren y se cruza con Manesquier (Jean Rochefort), un profesor de Lengua jubilado. Son dos seres opuestos, dos maneras muy distintas de entender, y vivir, la vida: uno es un trotamundos que en su día fue acróbata y ahora busca su última oportunidad en la delincuencia; el otro vive una plácida existencia pequeñoburguesa de jubilado en la ciudad en la que siempre ejerció de profesor de Lengua, y habita una mansión que parece detenida en el tiempo. Aunque no pueden ser más distintos, parece que simpatizan poco a poco por una simple razón: cada uno carece de lo que tiene el otro. A cada uno le hubiera gustado llevar la vida del otro. De un lado está el arte, la cultura, la tradición. Del otro la acción, el riesgo, la aventura.
Dentro de tres días Manesquier se someterá a un triple by pass. Po eso tiene miedo. Dentro de tres días Milan tiene que atracar el banco local. Por eso se bajó del tren. Dos personajes que, movidos por el azar, se cruzan durante tres días. Tres días para conocerse. Tres días para creerse ilusoriamente que habría sido posible otra vida. Un encuentro a plazo fijo. Una cita con el destino en la que el fantasma de la muerte, tan presente, reforzará sus vínculos.

Cuando Milan baja del tren y mira a un lado y luego a otro parece que entramos en el territorio genérico del western. Un western crepuscular francés sin caballos en una ciudad provinciana. También podría ser un thriller, o una comedia, o todo a la vez ¿qué más da?. De esa inconcreción se beneficia el film de Leconte gracias a un guión de Claude Klotz pleno de matices, que apuesta por lo elíptico, que deja siempre un margen para lo oculto, lo misterioso. A ello contribuyen las actuaciones de dos actores totalmente opuestos que consiguen dos grandes interpretaciones. Hallyday es una máscara que refleja la huella de demasiados excesos. El rostro de Rochefort va soltando pequeñas pistas de todas las emociones que su personaje ha reprimido durante tantos años.
La distancia con que Leconte retrata sus vidas unida al tono crepuscular que imprime a la historia dota al film de una inquietante poética. Una dimensión casi filosófica del fracaso que la película resuelve con fina ironía y melancolía pero sin perder nunca de vista un cierto halo fatalista.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

La película a parte de la interpretación está muy bien narrada, buena música y buena gestión de los silencios. Una buena representación de cine europeo a cargo de Leconte.

Frasqui

LU dijo...

El otro día pasé por aquí y lei por encima tu entrada, no me gusta tener mucha información antes de ve4r una película.

Provocaste mi curiosidad, ya qu de este director me gustan mucho varias de sus películas. Y poco después, casi accidentalmente la encontraba en la biblioteca y de inmediato la traje para verla.

ME HA ENCANTADO. Gracias.

Biquiños

TRoyaNa dijo...

Leolo,
la he descubierto gracias a LU y LU al parecer,gracias a ti.Tras esta azarosa cadena,te puedo decir que la he disfrutado,aunque el final me ha dejado algo confundida,sin saber muy bien cómo interpretarlo.
saludos!