Si algo caracteriza la filmografía de Billy Wilder es la acidez, ferocidad y lucidez con la que retrata ciertos aspectos del american way of life. Ahí están para atestiguarlo títulos como El apartamento, La tentación vive arriba, Uno, dos, tres, En bandeja de plata o Primera plana. Pero tal vez en ferocidad ninguna se acerca a El gran carnaval, retrato corrosivo y amargo del periodismo amarillo y sensacionalista, del voyeurismo morboso de las masas alienadas y de la corrupción institucional.
El film parte de un guión del propio Wilder en colaboración con Walter Newman y Lesser Samuels, y nos presenta a Charles Tatum (Kirk Douglas) periodista neoyorkino que ha salido rebotado de varios periódicos por su afición al alcohol y a las mujeres (de sus directores), y por su carencia de escrúpulos. En Nuevo México busca una oportunidad en un periódico local, el Sun Bulletin, en espera de tiempos mejores, y ésta surge cuando por azar se tropieza con la noticia: un hombre ha quedado atrapado en una vieja mina cuando buscaba restos arqueológicos indios. A partir de ahí Tatum manipula a unos y a otros consiguiendo demorar el rescate durante seis días con la connivencia del alcalde y el sheriff locales, orquestando un espectáculo de intención supuestamente informativa, para conseguir la exclusiva de la noticia y venderla por capítulos a los principales rotativos del país. El gran carnaval del título en español hace referencia al gran negocio que se monta en torno al suceso con la llegada de miles de curiosos, a los que incluso se les llega a cobrar 1 dólar por acceder al lugar.
En las películas de Wilder podemos encontrar tipos de lo más mezquino y ruín -ahí están el Walter Neff de Perdición, el Joe Gillis de El crepúsculo de los dioses, el Jeff D. Sheldrake de El apartamento o el Willie Gingrich de En bandeja de plata-, pero la fría codicia de Charles Tatum se lleva la palma. No obstante Wilder no le señala con el dedo como el malo de la película sino que carga las tintas con virulencia en la descripción de esas masas que babean por el morbo y disfrutan en la contemplación del circo de la desgracia ajena. Ese mismo público que desde sus coches sigue el espectáculo como si viera una película en un autocine. Subido en lo alto de la colina desde la que maneja las multitudes, Tatum parece el director de una de las grandes superproducciones hollywoodienses de la época.
No es pues de extrañar que una película tan dura, que tiraba con bala y de frente, a la hipocresía del ciudadano norteamericano, el propio público al que iban dirigidas las películas, cosechase un rotundo fracaso económico, y de hecho El gran carnaval se convirtió en una especie de film maldito.
La película de Wilder, vista a estas alturas del 2009, se nos presenta de una actualidad absoluta. Es indudable que El gran carnaval se adelantó a su tiempo. Hoy después de darnos un paseo zapeando por la basura cotidiana de nuestras cadenas de televisión, podemos decir: ¡¡¡ Qué sabio eres, Billy !!!
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