
Así se las vió John Huston para rodar Moby Dick. No todo eran transparencias o maquetas. Foto de Erich Lessing, 1954.
Podría parecer que Las horas del verano es un canto elegíaco a la tradición en detrimento de los nuevos tiempos. Pero en la película no hay buenos ni malos, ni siquiera hay enfrentamiento. Los motivos de unos y otros son entendibles. Esa herencia que para Fréderic es una manera de seguir viculado a su pasado, para Adrienne y Jérémie puede ser una carga, o un modo de obtener ingresos para comprar otra casa. Fréderic se resiste a lo irremediable, los vientos de la Historia van en otra dirección.
Se pueden destacar algunos momentos en el discurrir fluido y sereno de estas horas del verano:
Es una película de apariencia sencilla, de pausada y transparente narrativa, sin ningún afán de trascendencia, pero que si la dejamos reposar, vuelve a nosotros haciéndonos muchas preguntas, dejándonos muchos cabos de los que tirar, y reflexionar e interrogarnos a nosotros mismos y a la sociedad en la que vivimos. A pesar de ser un film "muy francés" esas reflexiones se pueden extrapolar perfectamente a nuestras vidas, a nuestro entorno.
Las horas del verano se abre y se cierra con dos secuencias en los exteriores de la gran casa. En la bella escena de inicio los niños de diferentes edades juegan por entre los bosques y jardines. En la mesa del jardín hijos y nietos se reunen en el 75 aniversario de la abuela. Entre la comida y las entregas de regalos vamos conociendo a los personajes. En la secuencia final, con la casa de campo ya vendida y vacía de muebles, ésta se convierte en escenario de una concurrida fiesta organizada por Sylvie, la hija mayor de Fréderic. Si en la secuencia de apertura la planificación es pausada, con la cámara "paseando" por los lugares y los rostros, en esta secuencia final una "nerviosa" cámara en mano recoge la diversión de los jóvenes, fumando y bebiendo, sus bailes, su música a todo volumen.
Al final de la película Sylvie y su novio se alejan de la casa y allí en plena naturaleza ella siente una pizca de nostalgia cuando los recuerdos de infancia le vienen a llamar. Assayas afirma en una entrevista que la esperanza en la juventud expresada a través de Sylvie, tiene que ver con la idea de que lo esencial, que es lo inmaterial e invisible, ha sido transmitido, y sobrevivirá a través de las nuevas generaciones. Toda la película tiende a ese momento de revelación.
La hermana de Benjamin Biolay se nos ha hecho mayor. Ocho años después de su debut, "Salle des pas perdus", entrega "Toystore", un disco cuyo título hace referencia a la cacharrería exóticodoméstica (ukelele, melódica, baby Farfisa ...) y a los instrumentos de juguete que se ponen al servicio de su voz frágil y sexy. La idea es de Benjamin Biolay, productor, compositor y arreglista del disco, quien le propuso un día usar como instrumentos los juguetes de su hija.
Para Coralie " la sutileza es más importante que la técnica. Odio las voces técnicas. Odio a Celine Dion". Bien dicho. Cuanto daño están haciendo a la música los concursos de televisión tipo OT.
"C'est la vie" es un hit certero, de ritmo juguetón, una bossa-chanson-pop en la que la Clement suena evocadora, tierna y dulce, sin que el azúcar empalague. Con su voz sedosa y embriagadora nos dice que"Es la vida, es la vida que llevamos / ansiolíticos y cafè crème".
Y además, como dijo aquel, ¡es que es lindísima!. Música ideal para los domingos por la mañana.
Y luego están los actores secundarios, esos fantásticos secundarios de la familia fordiana con los que el director se sentía a sus anchas para trabajar seguro. El irlandés Victor McLaglen interpretando a Will Danaher, que es como un ogro que no es del todo malo, con la gracia de los cómicos del cine mudo. El cura católico Lonergan, más interesado en pescar al salmón Arthur y en las conspiraciones amorosas de la comunidad, que en asuntos propiamente religiosos, interpretado por War Bond, un actor visto tantas veces en películas de John Ford. O la rica viuda Tillane, en la piel de Mildred Natwick que estaba especializada en papeles de ricas solteronas. Y por último, Michaeleen Flynn a quien Barry Fitzgerald presta su físico peculiar, un borracho vocacional, además de controlador de apuestas, casamentero, guardián celoso de las ancestrales tradiciones, ... entre otras cosas, irrepetible.
Y está también ese fascinante paisaje irlandés, en colores intensos, luminosos, fotografiados espléndidamente por Winton C. Houch: verdes prados, pastos salpicados de rudas construcciones de piedra y techos de paja, riachuelos de límpidas aguas cruzados por antiquísimos puentes ... una Irlanda teñida de bucólico erotismo.
Y para acabar, ahí va una de rumores y cotilleos. Se dice que en el rodaje de El hombre tranquilo John Ford soñaba con tener en sus brazos a Maureen O'Hara cuando le decía a John Wayne: Bésala con más pasión o Aprétala contra tu pecho con más fuerza. También se decía que el cambio del nombre de la protagonista en el guión original por el de Mary Kate era un homenaje al que fuera uno de los grandes amores frustrados de Ford y fiel amiga suya, Katherine Hepburn.
Como complemento a la (re)visión de El hombre tranquilo no está de más ver Innisfree (1990) de José Luis Guerín, el documental homenaje en el que se recorren los lugares en que se rodó The Quiet Man, se recrean la música y el ambiente de Irlanda y se habla con los sucesores reales de aquellos personajes de ficción.